El cielo de mi barrio es una parcela apasionante donde las gaviotas campan a su aire, nunca mejor dicho, mientras los vecinos, aquí abajo, contemplamos el desparpajo de su vuelo entre ofendidos y asombrados. Vienen y van jugando con el viento, como surferos imaginarios que cogen fuertes corrientes y se dejan llevar despreciando las tormentas. A veces se persiguen frenéticas y se gritan, se insultan gravemente, se pelean, escapan a las nubes más altas y se quedan allí como en un exilio que dura poco, porque se aburren y vuelven abajo, a las calles, donde se posan sobre coches y contenedores, sobre las farolas, vigilando las meriendas de los niños que salen de los colegios cercanos. Los niños, cuando llegan por la mañana, lo hacen en un patinete que sus padres y madres traen de vuelta, dando una imagen —la de hombres y mujeres con el artefacto sobre el hombro— que al observador, que no comprende, le parece absurda. Pero por la tarde, cuando se acaban las clases, como ciclistas o marchadores olímpicos, son alimentados con meriendas variadas que ellos comparan y envidian, creando rivalidades y rencores. Pero, a la primera de cambio, las gaviotas se lanzan al corrusco o al trozo de fiambre —a la fruta, no— y salen volando y gritando con el botín en el extremo anaranjado de ese pico que parece una herramienta de ferretería.

Y mientras todo esto ocurre, los gorriones, modestos e irresponsables, un poco atolondrados, siguen picando miguitas temerosos y, a la menor alarma, levantan el vuelo.

QOSHE - Las gaviotas insolentes - Eduardo Riestra
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Las gaviotas insolentes

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01.04.2024

El cielo de mi barrio es una parcela apasionante donde las gaviotas campan a su aire, nunca mejor dicho, mientras los vecinos, aquí abajo, contemplamos el desparpajo de su vuelo entre ofendidos y asombrados. Vienen y van jugando con el viento, como surferos imaginarios que cogen fuertes corrientes y se dejan llevar despreciando las tormentas. A veces se persiguen frenéticas y........

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