Nadie dijo que la vida -y por lo tanto el deporte- fueran justos. Los que nos dedicamos a tratar de prevenir y a resolver las lesiones de los deportistas sabemos bien de qué va esto, en parte porque no es habitual que un atleta venga a vernos solo para saludar. Por desgracia, generalmente los vemos con sus lesiones y sus frustraciones, sus desesperaciones, sus necesidades, sus miedos o las prisas por volver o, a veces, tan solo para reconstruirse de cara a la vida que les espera después de dejar la competición. Es la cara más amarga del deporte, y creo que los que nos movemos en ese mundo tenemos una especial empatía con los deportistas, por lo que a veces es difícil mantener la cabeza fría cuando el día anterior se te han saltado las lágrimas al ver cómo se rompían una rodilla, un hombro, un músculo y muchas ilusiones, pero nos forzamos a ello porque, igual que con cualquier paciente, es fundamental que alguien tenga esa objetividad en la toma de decisiones en lo que respecta a sus lesiones, tratamientos y procesos de recuperación.
Pocas imágenes ilustran mejor el drama del deporte que la lesión de Carolina Marín en la semifinal de los Juegos Olímpicos, y es difícil encontrar nada que sirva de alivio. En estas circunstancias no hay nada que se le pueda decir que sirva de consuelo real, ni a ella ni a su equipo. Desolación es quizá la mejor forma de definir lo que puede estar viviéndose en su cabeza y la de su entorno, pero es un baño de realidad del que aprender: pensamos que tenemos las cosas -la vida- controlada, pero lo........