Nuestro Bobby particular

¿Quién no está convencido de que su pueblo, su lengua, sus costumbres o simplemente su perro, además de particulares, son únicos e irrepetibles? Con tanto cenizo suelto, ¿quién no está persuadido de que, ante los avances de la globalización, y en especial ante la entrada masiva de inmigrantes, el riesgo de extinción de su respectiva tribu es inminente? Poco importa que desde el humanismo clásico se nos haya insistido en lo contrario. “Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo; todo hombre es un pedazo del continente, una parte del océano”, escribió John Donne, en 1624. Para muchos ciudadanos de hoy la dignidad y universalidad de lo humano no existen, pues cada persona y cada nación son de naturaleza dis­tinta.

Los particularismos arrecian en Europa y envalentonan a los gobiernos a levantar nuevos muros y alambradas, a cuestionar el deber de acogida, a insistir más en lo que nos separa que en lo que nos une. Xenófobos de derechas y de izquierdas, wokes trasnochados de ciudad y tradicionalistas de pueblo insisten en cuán diferentes somos los blancos de los negros, los........

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