Pedro Sánchez nos envió una carta –sin acuse de recibo– y luego se marcó un John Cage, solo que su silencio se prolongó cinco días. En 1952, el compositor norteamericano estrenó aquella audaz pieza moderna titulada 4’33” , en que el pianista cerró la tapa del instrumento y, en lugar de las notas percutidas, durante cuatro minutos y treinta y tres segundos, toda la música fueron los murmullos de la sala, las toses y otros ruidos de fondo. Fue una oda al silencio como un estado inalcanzable.
Cuando se bajó la tapa del piano de la Moncloa, las tertulias, las páginas de prensa y la opinosfera digital se llenaron ipso facto del runrún de teorías, pronósticos, apuestas y disquisiciones hermenéuticas sobre la misiva presidencial. La pregunta retórica – “¿merece la pena todo esto?”– flotaba sobre esa sobrevenida sinceridad (impostada para muchos), así como sobre el desconcierto –por no hablar de pánico– de la bancada socialista y la suspicacia –¿o estupefacción?– de la oposición.
Cuando al final Sánchez pronunció el “sí quiero” (a seguir en la presidencia) en su........