Tengo tres o cuatro amigas en la misma situación: a punto de jubilarse, se tienen que hacer cargo de padres muy mayores. Ellas (todas mujeres: estadísticamente, cuidan mucho más que ellos) cumplen con lo que consideran su deber. Atienden a sus padres, les llevan al médico, gestionan comidas, pañales, audífonos... Pero son muy conscientes de estar renunciando a esos pocos años de tiempo libre y buena salud con los que contaban. Y esa conciencia hace la carga todavía más pesada, pues añade, al sacrificio, el sentimiento de culpa. No pueden evitar, por lo demás, preguntarse qué sentido tiene una vida reducida a su mínima expresión: en la cama o en silla de ruedas, soportando achaques y dolores, sin capacidad, o apenas, de disfrutar, sentir, pensar, comunicarse.
“Yo, antes de ser dependiente, me quitaré de en medio. No quiero ser una carga”, les he oído decir. Yo he pensado lo mismo alguna vez. Pero lo que veo a mi alrededor es que, llegado el momento, y salvo en casos de sufrimiento insoportable, nadie se quiere ir.
Ya. Pero ¿y los demás? Las familias, la sociedad, ¿qué opinan al respecto?
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