En mi época de universitario solía estudiar por la noche con la radio encendida. En una ocasión, entre canción y canción, el locutor recitó un poema que empezaba así: “Porque conocía el nombre de los peces, aun de los más raros, y el de los caladeros, y las señas de las lejanas rocas submarinas…”. El poema hablaba de un niño al que los pescadores de su pueblo dejaban revolver en sus cestas, lo llevaban con ellos en sus barcos y le contaban historias de “los días confusos, cuando el mar de borrosos contornos es solo como un cascote de vidrio semienterrado en el fango”. Tenían esos versos algo hipnótico, irresistible, que te mantenía en suspenso, y la gratitud de ese niño que se había ganado la confianza de unos adultos despertaba en mi interior alguna emoción olvidada.
El locutor mencionó el nombre del autor, que no me era desconocido. De Carlos Barral yo sabía que, además de editor y poeta, era el propietario de L’Espineta, una taberna mítica de Calafell. Estaba (y sigue estando) a pie de playa, en una de las pocas casas de pescadores que no........