I.
Es tan malo Vladimir Putin que algo bueno debe tener
Lo bueno es ok.ru, un “Facebook ruso”. Incluso al cibernauta incauto, el portal le resultará intimidador por sus letras en cirílico y la pobreza de un diseño blancuzco con acentos naranjas. Abrir una cuenta en ok.ru se siente como abrirle la puerta del computador a una banda de malhechores eslavos.
Lo primero que hay que hacer es cambiarle el idioma: en inglés ok.ru parece menos intimidante, el temor baja; y baja aún más al bajar: al desplazarse por el infinito de la página y dedicarle ese tiempo que todos ocupamos en nuestro doctorado vital de cabeceo vertical diario por las redes sociales.
La consigna del ok.ru podría ser: “hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno”.
En ok.ru hay una miscelánea de humanismo en posts de millones de almas rusas:
Hay cuerpos esculturales de féminas redondas, puntudas, forradas en formas que varían según las edades, los atuendos, las melenas y teñidos capilares.
Hay fútbol espectacular y futbolistas inanes.
Hay juegos coloridos de azar y promesas de riqueza en criptomonedas a cambio de descarga gratuita de caballos troyanos.
Hay frases de superación mística con fondos de velas aromáticas junto a postres de frutos del bosque en dachas folclóricas.
Hay videos acelerados de situaciones cómicas de la vida cotidiana.
Hay golpizas testiculadas de machitos pelirrapados cargados de testosterona callejera y militancia etílica.
Hay videos de todo tipo de accidentes automovilísticos que dan cuenta de un sistema vigilante de autocuidado: el que no filma su tránsito por la vía pública lleva las de perder ante el poder corrupto de las autoridades.
Hay videos de cómo hacer y lanzar drones para combatir los drones que hace y lanza el ejercito ucraniano.
Hay imágenes del glamour de una élite juvenil cosmopolita en la impoluta zona rosa moscovita: la ilusión de un verano imperial eterno bajo una paleta supremacista de blancos en vestidos y color de piel.
Hay registros anticlimáticos del sudor frío que se respira en matrimonios, ceremonias de grado, misas, catálogos de armas y ferias agrícolas siberianas.
Hasta ahí lo normal de las redes sociales: ok.ru es una empresa que hace del ocio un negocio, cultiva por vía algoritmo cada perfil de su población y factura esos datos al mejor postor.
El secreto a voces que me interesa a compartir acá está en el parpadeo de una de las pestañas del portal. Al hacer clic en el menú de video, se abre al navegante la puerta secreta de una cueva que es el sueño de todo Alí Baba cinéfilo: miles y miles y miles de películas y series completas, desordenadas y ordenadas por voluntad de la cinefilia pirata global, con subtítulos en casi todos los idiomas conocidos (incluidas esas traducciones bruscas, producto de la extraña tradición soviética de ahorrarse el subtitulado, que dejan el poder absoluto de la narración a la voz patriarcal neutra de un traductor tirano que le impone su doblaje en altavoz a todo diálogo del audio original).
El catálogo de películas y series de ok.ru supera en número al de cualquier servicio pago: es tan amplio como el mundo, hay miles de canales y usuarios consagrados a montar cinematografías enteras por países, géneros y temas.
Hace un tiempo, Javier López, un académico que padece de cinefilia, decía esto en su texto Internet o las nuevas fronteras tecnológicas de la crítica:
“De aquel viejo espectador adicto, siempre insatisfecho por la escasez, que iba dando forma como podía a su canon particular saltando de las salas a los cineclubes, de la universidad a aquellos gloriosos —y nunca más vistos— ciclos que llenaban las madrugadas en las televisiones públicas, hemos pasado en una década a un espectador traficante, siempre insatisfecho por la sobreabundancia, que vive en Internet rodeado de cine por doquier”.
Sí, el portal ok.ru abruma por la inmensidad de su tráfico, es la biblioteca del Babel y el
Aleph del cine, es el YouTube de alta calidad del cineasta pobre que goza sin interrupción comercial y sin restricciones por violación a los........© La Silla Vacía