El presidente no se va a caer
Ya lo decía Hernando Santos: “Si el presidente se cae, se nos cae encima”.
Y la caída de este, menos gordo que aquel del que hablaba Santos, sería, sin embargo, más aparatosa.
El presidente actual se vería más grande si estuviera caído. Incomodaría más, y, caído, haría daños más duraderos. Como un gigante tumbado, ocuparía las calles, las plazas y las universidades. Su sombra y el recuerdo de su destitución dominarían el futuro.
Y es que la caída de Samper, que aterraba al director de El Tiempo, habría tenido consecuencias menos graves que la caída de Petro.
Samper no fue un opositor del sistema; pertenecía a él. Fue discípulo de López, líder gremial y hermano de un accionista de El Tiempo. Incluso la crisis del proceso 8000 fue, casi, un chisme de aristócratas. Lo “traicionó” el hijo del pintor más famoso: su ministro de defensa, su sucesor natural.
La destitución de Samper porque su campaña había recibido dinero de narcotraficantes no habría sido una confirmación de la corrupción del régimen, sino una especie de purga: el castigo del sistema a uno de sus operadores más eficaces.
La caída de Petro sería distinta. No se percibiría como un acto de justicia. Mucha gente (los petristas, pero también los centristas bienintencionados que están decepcionados del gobierno pero que insisten en que la clase política y los opinadores lo tratamos mal e injustamente) sentiría que el sistema sacó al presidente porque no lo soportaba.
Y la izquierda, traicionada por el presidente, tantas veces dejada plantada o esperando, sentiría, por el contrario, que fue el sistema el que lo traicionó a él y a su proyecto de reforma.
Si se cae el presidente, por buenas razones o por razones espurias, por leguleyadas o por un golpe, la mitad de Colombia pensaría que el sistema fracasó y que el régimen probó su agotamiento. Tumbarlo sería........
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