En los últimos tiempos hay tanto griterío que hasta el silencio se ha vuelto ruidoso y, a veces, molesto. Con lo necesario que es para recuperar la calma y el pensamiento. Aunque a lo mejor ya no queremos ninguna de las dos cosas. A lo mejor nos han convencido de que no pensar y estar en una constante tensión violenta es lo que queremos. Porque así salen más beneficiados los que menos saben y tienen en el enfrentamiento diario su único anclaje.

Define la Academia al silencio como la abstención de hablar y también como la falta de ruido. Debo reconocer que la primera acepción me cuesta mantenerla, me gusta hablar, pero la segunda se ha convertido con el tiempo en mi deseo más ansiado, sobre todo, en las noches en las que el sueño no llega por los excesivos ruidos del casco histórico de esta ciudad, a los que nadie pone límites.

Pero el silencio es, en realidad, muchos silencios. Y puede contar más cosas que las palabras. Están los silencios que condenan. De ellos saben mucho las víctimas del terrorismo y sus familias y las víctimas de cualquier guerra. Callar para no ser castigados, aunque eso implique el cruel abandono de los más vulnerables, lanzándolos a un viaje sin retorno.

Están los rebeldes, esos con los que los adolescentes castigan en casa. Los hay incómodos, los que se asientan en familias y parejas porque ya no hay nada de qué hablar y niegan la necesidad de cerrar puertas. Están los cómplices que miran a otro lado para no tener que contar lo que saben o intuyen, disminuyendo las posibilidades de salvación a quien necesita oír en voz alta lo que sucede. Hay también silencios peligrosos, que preceden a tragedias, grandes o en ocasiones pequeñas, como los niños que callan, ocupados en tareas poco edificantes. También están los impuestos, a los que resulta difícil oponerse. O los reveladores, esos que dejan al descubierto la torpeza de quién no sabe contestar.

Y luego están los sanadores. El del acompañamiento, tan importante y a veces tan poco utilizado. Es el silencio que se sienta a tu lado en los peores momentos y te abraza fuerte, haciendo que todo lo demás no sea necesario. Los valientes, aquellos que con la ausencia de la voz, protegen y cuidan. Y los silencios de complicidad, sanadores, esos que se asientan en la base de la conexión con el otro, donde no es necesario nada para sentirse cómodos y seguros.

Los hay cortos y los hay tan eternos como toda una vida, que quedan enquistados. Algunos deberíamos intentar superarlos y otros fortalecerlos. Pidamos silencio en la sala, bien sea para escucharnos a nosotros mismos con claridad o para, como sucede en el cine, pasar a la acción.

QOSHE - Los silencios - Sonia Torre
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Los silencios

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05.02.2024

En los últimos tiempos hay tanto griterío que hasta el silencio se ha vuelto ruidoso y, a veces, molesto. Con lo necesario que es para recuperar la calma y el pensamiento. Aunque a lo mejor ya no queremos ninguna de las dos cosas. A lo mejor nos han convencido de que no pensar y estar en una constante tensión violenta es lo que queremos. Porque así salen más beneficiados los que menos saben y tienen en el enfrentamiento diario su único anclaje.

Define la Academia al silencio como la abstención de hablar y también como la falta de ruido. Debo reconocer que la primera acepción me cuesta mantenerla, me gusta hablar, pero la segunda se ha convertido con el........

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