Ya está ahí la Semana Santa. Días para el arrepentimiento por los pecados cometidos con Don Carnal. Ahora toca Doña Cuaresma. Recogimiento y restricciones. Pocas cosas me parecen más engañosas que el arrepentimiento, salvo el más íntimo que uno se queda para sí. Generalmente esa proclama pública de mostrar arrepentimiento conlleva casi siempre la expectativa de un beneficio. El condenado que hace un alegato de contrición, la mayoría de las veces, en realidad, busca una rebaja de la pena, una empatía de los demás para pasar de verdugo a una especie de víctima, bien sea de la sociedad o de su pasado familiar. El que ha sido pillado en una traición o una deslealtad también se llevará la mano al corazón y abjurará de su acto para sembrar en el afectado una culpa que no le corresponde y que acabe con el perdón y la posibilidad de hacer un borrado del daño.

Es difícil encontrar un arrepentimiento sincero que no espere ningún beneficio. Casi tanto como detectar cuándo nace de la verdad o de un fingido remordimiento. El arrepentimiento es el gran pilar sobre el que se asienta la religión cristiana. Nos han dicho y repetido hasta la saciedad que la gravedad de los incumplimientos más sagrados no está en ejecutarlos, si no en no arrepentirse de ellos. Cuántas confesiones falsas no han terminado o empezado con un “yo me arrepiento” porque se sabía que el castigo iba a ser menor, como mucho tres padrenuestros y dos avemarías, y no una condena al temible infierno. “Desde entonces comenzó Jesús a predicar: Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca”. Lo dejó claro Mateo en su evangelio. Y así fue asumido.

Pero, ¿cuántos de esos arrepentimientos no harían su aparición si no fuera por las consecuencias que tememos? Nos arrepentimos de una frase dicha o de una discusión a destiempo, la mayoría de las veces, porque nos deja secuelas a nosotros mismos, no por el daño causado en el otro. Nos arrepentimos porque a veces aflora la culpabilidad que no nos deja dormir y queremos vivir tranquilos. Además resulta tan fácil verbalizarlo. No nos exige nada a cambio. Ninguna prueba. Ningún acto. Nada. Podemos arrepentimos las veces que creamos necesarias mientras seguimos causando el mismo destrozo. ¿Y qué se supone que deben hacer los destinatarios de ese arrepentimiento? ¿Olvidar? ¿Hacer como si nunca hubiera sucedido? ¿Decirle que no pasa nada y que todo está bien? Si es que se ha arrepentido, ¿qué más se puede pedir? ¿Perdonar? Si tu verdugo lamenta haberte dejado malherido, ¿debe disminuir el castigo? No lo sé con exactitud, pero me inclino por el no. Creo en el arrepentimiento íntimo, personal, aquel que no reportará ninguna ventaja. Lo demás solo son excusas para evadir las responsabilidades. Y no lo deberíamos premiar.

QOSHE - El arrepentimiento - Sonia Torre
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El arrepentimiento

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04.03.2024

Ya está ahí la Semana Santa. Días para el arrepentimiento por los pecados cometidos con Don Carnal. Ahora toca Doña Cuaresma. Recogimiento y restricciones. Pocas cosas me parecen más engañosas que el arrepentimiento, salvo el más íntimo que uno se queda para sí. Generalmente esa proclama pública de mostrar arrepentimiento conlleva casi siempre la expectativa de un beneficio. El condenado que hace un alegato de contrición, la mayoría de las veces, en realidad, busca una rebaja de la pena, una empatía de los demás para pasar de verdugo a una especie de víctima, bien sea de la sociedad o de su pasado familiar. El que ha sido pillado en una traición o una deslealtad también se llevará........

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