Aquel curso escolar de ayer

Forrábamos los libros al atardecer, y el aroma inaugural inundaba la habitación. La suerte de que el profesor decidiera cambiar de manual me regalaba ese fogonazo de pegamento fresco, la alternativa, por ser el pequeño de la casa, era redecorar los viejos libros de mis hermanos, dobladas las puntas, y salpicados de subrayados y anotaciones diagonales. Tenía su encanto. Siempre hacía calor en casa en la tarde antes de volver al cole, no teníamos nada de sueño, y por primera vez éramos conscientes de que los días se acortan de verdad, que desde media tarde escribíamos nuestro nombre en libros y cuadernos bajo las luces amarillentas del salón, mientras lenguas negrísimas se asomaban al ventanal donde tan solo unos días antes refulgía el naranja de cualquier ocaso. Dos horas en el escritorio y el verano de ayer parecía haber ocurrido mil........

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