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Lunes
Entorné los ojos alineándolos con el horizonte.
La alarma del teléfono móvil había desistido en todos sus intentos, consciente de mi afición por las vacaciones de un minuto. El minuto que tú no me quisiste conceder. Fue el ruido de la mujer del bar de enfrente que me despertó, no ella, claro, sino el estruendo del vidrio estallando dentro del contenedor.
Me tapé la cara con las manos, en otro intento inútil de volver a dormir, mientras Leo, acomodado entre mis piernas, agitaba la oreja derecha.
La que mueve como un resorte si en la habitación sucede algo.
A Leo no le gustan los ruidos que no puede ver.
Por la rendija de la persiana entraba una luz........
© La Región
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