La muerte
Vi a un muerto en mi infancia en el bar El aparejo de la esquina de mi casa en Guantánamo. Unas mujeres vendían fichas de 10 centavos que daban derecho a bailar con ellas pegadito —apechungao— un bolero. Sábado, el sol relumbraba: unos tiros me aturdieron. Salían de El aparejo. Corrí y me asomé a la puerta: un hombre sangraba en el suelo, la victrola seguía desplegando el bullicio de una guaracha. Me acerqué. Vi los labios del muerto con una expresión de desdeño. Lo mataron por estar bailando con la mujer del tipo que tenían inmovilizado en espera de la policía.
La celebración del Día de Muertos me lleva a ese episodio de aquel hombre con el pecho baleado y el entrecejo con expresivo desprecio. ¿Qué sensación lo arrobó mientras eróticamente bailaba y sintió en el pecho el plomo del balazo?........
© La Razón
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