Manuel, Arturo, Eugenio

José Manuel Marrero, Eugenio Padorno y Antonio Puente, en una imagen reciente en casa del poeta. / La Provincia

Un inolvidable trío, cada uno por su cuenta, uno nació en Tenerife, el otro en Gran Canaria, el último (el último en morir, precisamente) nació muy lejos, en Barcelona. A Manuel Padorno se lo llevó un día de mayo de 2002, en Madrid, adonde fue a leer poemas en el Retiro, junto a su amigo Arturo Maccanti. Cayó como del rayo con un infarto que acabó con su pasión y su vida: la literatura, la pintura, la alegría de ver de cerca Las Canteras.

Arturo estaba allí. Uno de nosotros fue a buscarle a la pensión madrileña. Se quedó estupefacto, como si aquello no hubiera ocurrido. Y cuando terminó de reponerse preguntó: «¿Y qué hacemos ahora?» Alguien le dijo: «Ahora vamos a recitar, en nombre de Manolo»

Habían sido hermanos, alguna vez uno era padre del otro, o viceversa, de modo que Arturo quedaba huérfano, condenado al silencio en el que vivía ya el otro par de su vida, Manuel Padorno. Recuerdo siempre a Arturo llorando en La Laguna, había muerto su hijo.

Aquel ya era un río que se lo llevó muchos años después. Arturo era un poeta de sí mismo, siempre buscándose, y desde aquella noche negra en la que murió su hijo, tan muchacho, ya no fue nunca más el que había sido. Lo vi caminar hasta el fin por su ciudad de siempre, de toda la vida, pero yo lo veía como si estuviera........

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