Siete años atrás, en el estadio de los Yankees, fui testigo de cómo un Andrea Pirlo que caminaba peligrosamente por el alféizar de la jubilación, enfundando su cosplay de Chuck Norris sin ilusiones, regalaba la pelota al delantero anónimo de los Portland Timbers, la misma que segundos después se alojaría en la portería del New York City FC para el fulminante gol que causaría la derrota del equipo local. Tras aquel encuentro la MLS me pareció un remedo de liga, el cementerio de elefantes donde las grandes carreras iban a morir y en el que las leyendas de antaño se cambiaban por dinero como cromos sólo para vender camisetas a los incautos que nunca habían tenido la oportunidad de disfrutar del buen balompié.
Con mi........