Miguel Méndez Fabbiani: ¿Quién asesinó a Alfredo Díaz?

En nuestra prolongada actividad defendiendo los derechos humanos de la disidencia político-militar venezolana, nos dedicamos desde hace 15 años a la investigación de los asesinatos imperceptibles cometidos por la narcocracia.

Las ejecuciones «sin rastro» son un método de eliminación muy común en los regímenes marxistas. Toda gran estructura autoritaria comunista desarrolla, más temprano que tardes, un aparato de inteligencia capaz de administrar la muerte como una eficiente herramienta burocrática.

Desde la Cheka soviética en 1917 hasta las ramificaciones contemporáneas del Ministerio de Seguridad del Estado norcoreano, pasando por la Stasi de la Alemania Oriental y el G2 cubano, la historia de los asesinatos políticos “sin huella” es también la historia de la manipulación científica del cuerpo humano para convertirlo en su propio verdugo.

En los laboratorios cerrados, donde los «médicos» prestan juramento a la cúpula narco-terrorista y no a la ética, nació una forma clínica de violencia: matar sin que parezca que alguien mató.

En las primeras décadas soviéticas, los disidentes políticos morían por “fallas cardíacas súbitas” en celdas húmedas donde ningún médico independiente ponía un estetoscopio sobre el cadáver. Los casos de opositores anarquistas, mencheviques o trotskistas muertos bajo interrogatorio tendían a ser explicados como “colapsos” por debilidad fisiológica, una narrativa repetida incluso antes de que los laboratorios especializados del NKVD refinaran la intoxicación imperceptible como ciencia de Estado.

Con el ascenso de la KGB, el asesinato silencioso dejó de ser improvisación y se convirtió en unidad especializada. Disidentes como Nikolái Jojlov o escritores incómodos del aparato ideológico sobrevivieron solo porque detectaron síntomas inusuales, bradicardias inexplicables, disnea abrupta, neuropatías extrañas, que apuntaban a sustancias experimentales.

La Stasi, por su parte, perfeccionó el concepto de Zersetzung, donde el asesinato físico era reemplazado por un asesinato financiero, social y psicológico, pero cuando la eliminación era necesaria, el Ministerio para la Seguridad del Estado recurría a métodos que imitaban patologías circulatorias o cerebrovasculares comunes.

La muerte “natural” de numerosos presos políticos cubanos ha sido cuestionada por sobrevivientes y médicos exiliados: fallas respiratorias sin secuelas previas, infartos masivos en jóvenes sanos, derrames cerebrales a horas específicas después de interrogatorios particularmente intensos. Casos célebres fueron revisados por médicos independientes décadas después, cuando ya era imposible recuperar tejidos biológicos y establecer un dictamen concluyente.

En el hermética jaula norcoreana, donde ni siquiera las autopsias son accesibles a la comunidad internacional, la muerte súbita de opositores políticos o militares suele atribuirse a “agotamiento” o “fallo multiorgánico”. Informes de inteligencia surcoreana han descrito patrones biológicos compatibles con intoxicación química no detectable tras la muerte, especialmente en funcionarios considerados desleales.

Los servicios de inteligencia comunistas estudiaron con obsesión aquellos compuestos químicos capaces de alterar el ritmo cardíaco o cerebral sin producir marcadores forenses evidentes. Entre las sustancias documentadas en archivos desclasificados o investigaciones periodísticas figuran:

1. Bloqueadores de canales iónicos y agentes cardio-depresores experimentales

Algunos laboratorios soviéticos investigaron moléculas que interferían la conducción eléctrica cardíaca,........

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