Luis Alberto Perozo Padua: La carta que salió de La Rotunda

A don Rafael Arévalo González,
que no se arrodilló ante la tiranía, que entregó su vida a la palabra libre y cuyo sacrificio —aún impago— sigue interpelando la conciencia de Venezuela

En la Navidad de 1920, desde una celda oscura de La Rotunda, el periodista Rafael Arévalo González escribió a su hija mayor una carta de amor. Era preso político, padre de diez hijos, mártir civilista y símbolo de una Venezuela castigada por la dictadura gomecista

La Navidad suele ser un territorio de reencuentros. En Venezuela, además, es una liturgia doméstica: el hervor de las hallacas, el olor del guiso, el abrazo que recompone el año. Pero en diciembre de 1920, para Rafael Arévalo González, la Navidad no fue mesa ni canto: fue ausencia. Desde un calabozo de La Rotunda —el presidio más temido del gomecismo— un hombre escribió con mano firme una de las cartas más conmovedoras del siglo XX venezolano. No lo hizo para denunciar su sufrimiento, sino para bendecir a su hija Nelly, que estaba a punto de casarse sin él.

Un cabito de vela —prohibido para presos políticos— iluminó aquella noche el trabajo literario de Arévalo González. Con restos de grafito, escribió contra el frío, la vigilancia y el castigo. No era una carta cualquiera: era una despedida anticipada, una absolución paterna, una afirmación de fe en medio de la barbarie. Mientras afuera la ciudad celebraba, adentro un padre asumía, una vez más, la condena de no ver crecer a sus hijos, de no abrazarlos en Navidad, de no estar presente cuando la vida reclamaba su lugar natural.

Navidad tras los barrotes

Rafael Arévalo González había hecho del cautiverio una forma involuntaria de existencia. Periodista y editor, fue el primer hombre de prensa que desafió abiertamente y en persona al régimen de Juan Vicente Gómez. Sabía el precio. No entró al peligro por ingenuidad, sino por convicción. Por eso lo llamaron el Apóstol de la Libertad y también el Mártir de la Libertad de Expresión. Pasó 27 años preso en 14 cárceles distintas: el Castillo de San Carlos, el Castillo Libertador de Puerto Cabello, La Rotunda. El 40 % de su vida se le fue tras los barrotes.

La Navidad, para él, era el recordatorio más cruel de la distancia. Diez hijos crecieron sin su presencia constante. No vio nacer ni morir al último. Un celador, con sadismo burocrático, le anunció un día: “allá va el entierro de tu esposa”. Así se enteró de su viudez. Elisa Bernal Ponte —prima del Libertador— había sostenido el hogar con dignidad estoica, dirigiendo la Revista Atenas y criando sola a los hijos. Murió meses antes de que él saliera de su última prisión.

En esas fechas decembrinas, cuando el país se........

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