Occidente se levanta: Trump forja un continente de orden, fe y alianzas ganar-ganar, por Dayana Cristina Duzoglou Ledo

Occidente enfrenta un punto de inflexión. Asediado ya no por los totalitarismos del siglo XX, sino por la amenaza del islamismo radical y la erosión moral impulsada por el progresismo woke, urgen liderazgos que no sean de cartón fabricados en laboratorios de marketing político, sino voces genuinas capaces de encarnar principios, ética y prosperidad verdadera. En este escenario convulso surge la figura de Donald J. Trump, quien no emerge como un fenómeno aislado o un “mesías” al mejor estilo izquierdoso ñángara; al contrario, sobresale como una respuesta histórica ineludible: un estadista pragmático que busca rescatar los pilares de la civilización judeocristiana. Su propuesta para los Estados Unidos es sólida y constituye un giro radical hacia la libertad económica, la soberanía nacional y la defensa intransigente de la familia, rechazando la ingeniería social neoizquierdista para así devolverle a la sociedad su sentido de pertenencia y prosperidad.

Bajo la premisa de «si América es fuerte, occidente es fuerte», esta visión trasciende a los Estados Unidos para proponer un renacimiento hemisférico basado en la disuasión y en alianzas «ganar-ganar». Es aquí donde Venezuela —con su inmensa riqueza energética y la urgencia de su reconstrucción— se convierte en territorio clave para la restauración occidental. Siguiendo la estela de grandes conservadores como Ronald Reagan, Trump empieza a moldear un continente unido por el orden, la fe y el libre mercado, dejando atrás los dogmas rupturistas para así abrazar un futuro de verdadera cooperación estratégica.

El caos progresista como amenaza existencial a Occidente

El progresismo radical que hoy domina buena parte de las élites culturales, mediáticas y académicas de Occidente no es simplemente una corriente ideológica más: es un proyecto de demolición civilizatoria. Su expresión más visible —el wokismo— opera como un culto ideológico secular que sustituye la verdad por la emoción, la historia por el resentimiento y la identidad occidental por una narrativa de culpa perpetua. Este relativismo moral, que niega la existencia de valores universales, ha logrado penetrar instituciones que antes eran guardianes de la racionalidad: universidades, organismos multilaterales y sectores judiciales. El resultado es un Occidente que duda de sí mismo, que renuncia a su legado........

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