Hace un par de días, tras conseguir acceso por meras peripecias del destino al archivo completo de la prestigiosa revista The New Yorker y en un ataque de patriotismo rubicundo que sólo podría achacar al rezago de un cierto guayabo leopardil, me dio por teclear la palabra “Bucaramanga” en su buscador histórico, una de esas chiquilladas informáticas que uno solía hacer de pequeño. El resultado que obtuve fue tan fascinante que no me dejó otra alternativa más que agradecerle retroactivamente a mi niño interior por seguir vivo a pesar de la treintena de primaveras que ya me acompañan.
Tras algunas antiguas publicidades bocetadas que invitaban a viajar a Colombia como destino exótico a mediados del Siglo XX y una que otra mención suelta de la ciudad que ya en su momento no importaba y ahora mucho........