Por fin habían desaparecido las nieblas, y la gente decidió salir a la calle sin temor a ser víctima de ese frío húmedo que llega a traspasar el cuerpo hasta llegar a la médula. La gente pudo congratularse de haber perdido de vista aquella sensación de desasosiego como es el de tener el tuétano de los huesos a la misma temperatura que el de un esquimal del Polo Norte. Las neuronas empezaban a dar muestras de haber resistido las gélidas andanadas de las cencelladas, dueñas de árboles y plantas, que atacaban los desprotegidos cuerpos, amenazando con impedir que llegaran las ideas al cerebro.
Pues eso, que no es que hubiera llegado la primavera, ni mucho menos, pero el sol se había hecho valer y el paisaje amuermado de grises se había tornado en multicolor. Aunque el termómetro dijera lo contrario, hasta a Viriato se le había bajado la “erección” que sugiere ese machete que sobresale de sus carnes desnudas, especialmente cuando es observado desde el parador de turismo. Lo cierto es que, afortunadamente, ya se veían las cosas de otra manera, menos apagada, menos pesimista. Más próxima a los deseos de la gente que a la realidad cotidiana.
Ese día habían llegado a formarse grandes colas para acceder al ascensor........