Por fin habían desaparecido las nieblas, y la gente decidió salir a la calle sin temor a ser víctima de ese frío húmedo que llega a traspasar el cuerpo hasta llegar a la médula. La gente pudo congratularse de haber perdido de vista aquella sensación de desasosiego como es el de tener el tuétano de los huesos a la misma temperatura que el de un esquimal del Polo Norte. Las neuronas empezaban a dar muestras de haber resistido las gélidas andanadas de las cencelladas, dueñas de árboles y plantas, que atacaban los desprotegidos cuerpos, amenazando con impedir que llegaran las ideas al cerebro.

Pues eso, que no es que hubiera llegado la primavera, ni mucho menos, pero el sol se había hecho valer y el paisaje amuermado de grises se había tornado en multicolor. Aunque el termómetro dijera lo contrario, hasta a Viriato se le había bajado la “erección” que sugiere ese machete que sobresale de sus carnes desnudas, especialmente cuando es observado desde el parador de turismo. Lo cierto es que, afortunadamente, ya se veían las cosas de otra manera, menos apagada, menos pesimista. Más próxima a los deseos de la gente que a la realidad cotidiana.

Ese día habían llegado a formarse grandes colas para acceder al ascensor que permitía subir a la cubierta de La Catedral y, desde allí, poder observar una inhabitual perspectiva de la ciudad. La gente, tras haber podido dar por el exterior una vuelta completa a la seo, cosa que había sido vedada hasta días antes, se había hecho una idea más aproximada de cómo era la planta del edificio, ya que en la visita por el interior era fácil despistarse. Un segundo ascensor permitía comunicar la zona del Castillo con las iglesias de San Claudio de Olivares y de Santiago el Viejo, en la zona baja de la ciudad próxima al Duero.

Los visitantes de otras latitudes habían llegado a la urbe, y visitado el moderno edificio, diseñado por Moneo, que acogía la obra del genial escultor de Cerecinos de Campos, Baltasar Lobo. Habían atravesado un casco histórico inmaculado que, sin pintadas, lucía como en la época medieval; era como volver a ver las carnes pretéritas de sus tiempos más gloriosos. A ello, también había contribuido la ausencia de cables de telefonía abrochados a las paredes de los edificios y el haber dotado de actividad a la zona.

Y es que se habían acogido nuevas edificaciones en los inmensos solares que habían permanecido derruidos y abandonados durante muchas décadas.

Gran parte de los visitantes habían venido de Portugal aprovechando la flamante autovía que comunicaba España con aquel país, o Zamora con Braganza, como quiera considerarse. Otros lo habían hecho a bordo del tren transfronterizo de alta velocidad. Zamora había dejado, para siempre, de ser un culo de saco.

Se notaba en las calles un ambiente rejuvenecido que venía de la mano de la base militar de Monte la Reina, en cuyas instalaciones participaban tres mil militares que habían optado por asentar a sus familias en la capital del Duero.

En nuevos polígonos industriales se habían implantado varias empresas de grueso calibre, incluida aquella de tecnología de alta comunicación que había prometido el presidente Zapatero en 2007, y que debería haber estado funcionando aquel mismo año con 300 empleados. Por fin se habían dado los pasos para poder dar empleo a los jóvenes de las nuevas generaciones, ofreciendo la posibilidad de permanecer en Zamora a los ingenieros titulados en las escuelas técnicas instaladas en el campus Viriato.

El Lago de Sanabria había sido tomado en serio, y solo se permitía acceder a él en modo de marchas o excursiones, al objeto de proteger su microclima, ya que los alojamientos, tanto fijos como discontinuos se encontraban alejados a la distancia suficiente como para no ser percibidos a simple vista. Fermoselle había conseguido alcanzar mayor protagonismo que Miranda do Douro en los Arribes del Duero.

El Zamora C.F, por fin, había conseguido acceder a la segunda división del fútbol español, contando en su plantilla con un buen número de jugadores locales.

Se había inaugurado el Conservatorio Superior de Música y la sede de la policía municipal, además de la ampliación del Teatro Principal. Y un aparcamiento subterráneo permitía estacionar con cierta facilidad en Las Tres Cruces.

Un festival de música y de teatro clásico proyectaba la imagen de la ciudad allende sus fronteras. También se había consolidado Zamora como la sede mundial del queso.

Por fin se había descentralizado la gestión de la comunidad autónoma de Castilla y León y, copiando a los vascos, se había decidido que la capital fuera Zamora ya que era la más necesitada de desarrollo.

Eso fue un veintiocho de diciembre de un año de cuyos dígitos no consigo acordarme, aunque sí de su música, de esa "chundachunda" de la que no conseguimos salir, de esa "chundachunda" que hace poco ha homologado la RAE.

QOSHE - 28 de diciembre del chundachunda - Agustín Ferrero
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28 de diciembre del chundachunda

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28.12.2023

Por fin habían desaparecido las nieblas, y la gente decidió salir a la calle sin temor a ser víctima de ese frío húmedo que llega a traspasar el cuerpo hasta llegar a la médula. La gente pudo congratularse de haber perdido de vista aquella sensación de desasosiego como es el de tener el tuétano de los huesos a la misma temperatura que el de un esquimal del Polo Norte. Las neuronas empezaban a dar muestras de haber resistido las gélidas andanadas de las cencelladas, dueñas de árboles y plantas, que atacaban los desprotegidos cuerpos, amenazando con impedir que llegaran las ideas al cerebro.

Pues eso, que no es que hubiera llegado la primavera, ni mucho menos, pero el sol se había hecho valer y el paisaje amuermado de grises se había tornado en multicolor. Aunque el termómetro dijera lo contrario, hasta a Viriato se le había bajado la “erección” que sugiere ese machete que sobresale de sus carnes desnudas, especialmente cuando es observado desde el parador de turismo. Lo cierto es que, afortunadamente, ya se veían las cosas de otra manera, menos apagada, menos pesimista. Más próxima a los deseos de la gente que a la realidad cotidiana.

Ese día habían llegado a formarse grandes colas para acceder al ascensor........

© La Opinión de Zamora


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