Es un hecho conocido que don Quijote se convirtió en un poderoso mito patriótico, según el cual, todos los españoles, desde que nacen, son Quijotes, es decir, valientes y desinteresados idealistas, de corazón noble e intrépido, cruzados fervientes de causas perdidas, resignados ante la tragedia, orgullosos en la derrota, contumaces en el combate, hijos de una melancolía centenaria. Entre los relatos fantásticos de Rubén Darío, el genial escritor nicaragüense tuvo la peregrina idea de imaginar, en los momentos finales del desastre de1898, a un soldado desconocido cuyo corazón se rompía junto con los últimos pedazos del Imperio español, ya incapaz de alcanzar el siglo XX. Tan enigmático personaje, de nombre ignoto, era un misterio hasta para sus propios camaradas. Nadie llegó a conocerlo verdaderamente, pero entre sus objetos personales destacaban, perturbadoras, las siglas ‘D.Q’. Las buenas virtudes de don Quijote lo convirtieron en el personaje romántico que toda leyenda nacionalista necesitaba.

El primer apóstol de este extraño evangelio fue el falsario Avellaneda. Decidido a emular los pasajes de la venta de Juan Palomeque, en los que Cervantes logró cristalizar la esencia de la vida española como si fuera un microcosmos, el Quijote apócrifo se dirige a la Venta del Ahorcado. No faltan allí el ventero brutal, ni tampoco una moza de partido, una maltratada gallega, entregada desde joven a la prostitución. Avellaneda otorga al ventero los rasgos crueles de un vulgar proxeneta, mientras que en la figura de la mujer no hay ni rastro de la mordacidad que exhibía Maritornes. La venta es sombría y miserable. Debe su nombre a la fortuna que corrió su anterior propietario, cuando quedaron al descubierto sus robos. En el país de la horca, no ha de faltar tampoco el cuchillo. Ese es el mundo al que aspira Martín Quijada, el loco que pretende ser don Quijote, que se hace llamar Caballero Desamorado, porque ha abandonado su amor por Dulcinea, buscando satisfacer en otros lares su concupiscencia.

Este contempla la venta, piensa (como era previsible) que es castillo, y manda a su escudero de avanzada para que le informe cumplidamente sobre la guarnición y los detalles más exhaustivos de su arquitectura militar. Y mientras decide sus acciones, alecciona a Sancho; sueña despierto con los hechos de armas que han convertido a España en un país temido por el poder de sus soldados, por su fuerza opresora, por el humo que nace de sus hogueras en las que han sucumbido enemigos y traidores; por sus armas invencibles, y por el temor que infunde el sagrado nombre de su Imperio. La fuerza queda exaltada por sí misma, como herramienta para conseguir aquello que más se desea en este mundo: gloria, fama y riquezas. La justicia resulta un medio para llegar a ser considerado el mejor de los caballeros españoles; para estar entre los favoritos del rey, obtener su confianza y un matrimonio conveniente, con el que granjearse posición y nobleza. La virtud más querida del falso Quijote no es el valor, sino la obediencia, que exige ciegamente, pues ella es condición imprescindible para que los españoles sean «señores de todo el orbe».

Así eran los pensamientos más lúcidos del casi siempre enloquecido don Quijote, según Avellaneda. Cuán diferente y cuán de otra manera se expresa el noble hidalgo de Cervantes. Ama la milicia, sin duda, pero los soldados cervantinos son sufridos, pacientes y pobres. La vida les ha enseñado su peor cara. La guerra existe y no tiene sentido negarla, pero el Caballero de la Triste Figura conoce muy pocos motivos para llevarla a cabo que no sean la estricta defensa de uno mismo frente a la injusticia. La obediencia disciplinaria, esa virtud castrense propia de tropas imperiales, está absolutamente ausente en las palabras de don Quijote. Él prefiere hablar de libertad. Por encima de la justicia coloca a la misericordia. No hay sitio para la intimidación en los valores transmitidos a Sancho para que sea gobernador de Barataria. La disciplina no impide la liberación de los galeotes ante un castigo infame y desproporcionado. La obediencia cervantina se fundamenta en el respeto, no en la sumisión. El primer discurso de don Quijote fue sobre la edad de oro. Mientras él defendía la paz, sus patrióticos imitadores sólo hablaban de victoria.

QOSHE - La soga del ahorcado - José Antonio Molina Gómez
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

La soga del ahorcado

4 0
29.12.2023

Es un hecho conocido que don Quijote se convirtió en un poderoso mito patriótico, según el cual, todos los españoles, desde que nacen, son Quijotes, es decir, valientes y desinteresados idealistas, de corazón noble e intrépido, cruzados fervientes de causas perdidas, resignados ante la tragedia, orgullosos en la derrota, contumaces en el combate, hijos de una melancolía centenaria. Entre los relatos fantásticos de Rubén Darío, el genial escritor nicaragüense tuvo la peregrina idea de imaginar, en los momentos finales del desastre de1898, a un soldado desconocido cuyo corazón se rompía junto con los últimos pedazos del Imperio español, ya incapaz de alcanzar el siglo XX. Tan enigmático personaje, de nombre ignoto, era un misterio hasta para sus propios camaradas. Nadie llegó a conocerlo verdaderamente, pero entre sus objetos personales destacaban, perturbadoras, las siglas ‘D.Q’. Las buenas virtudes de don Quijote lo convirtieron en el personaje romántico que toda leyenda nacionalista necesitaba.

El primer apóstol de este extraño evangelio........

© La Opinión de Murcia


Get it on Google Play