El brillo inquietante en los ojos de ópalo

Don Quijote, cuando todavía era Alonso Quijano, había tenido un galgo corredor. Entre las señales distintivas de su nobleza estaban las armas de sus antepasados y ese gusto, entre aristocrático y guerrero, por la caza. El galgo debió de acompañar a su amo en bastantes correrías hasta que la monomaníaca obsesión por los libros de caballería acabó recluyendo al hidalgo entre los límites de su biblioteca. Aunque la tradición atribuye a los cazadores prodigiosos encuentros con seres de leyenda, don Alonso no tuvo ninguno, que se conozca, y su admirable vida de combates y locuras solo empezó cuando bien hubo dejado atrás su casa y su perro.

El perro pertenece al hogar y lo defiende. Es el animal que encarna, dentro de los muros familiares, el amor al fuego, el sueño tranquilo y pacífico, el cariño hacia los señores de la casa. El animal, a fuerza de incondicional, bien puede llegar a ser salvajemente violento frente a los extraños. Don Quijote jamás volverá a tener cerca otro perro. Una noche, yendo hacia el........

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