La obligación profesional de los periodistas es contarlo, decirlo al mundo entero, en lucha permanente contra esa enfermedad que practican muchos gobernantes que es la desinformación o la censura. / Efe
Para un genocida, para un vulnerador de los derechos humanos, para un dictador, para un populista sea bolivariano o de extrema derecha, el peor enemigo no es su adversario político sino el periodista libre, sin ataduras, que hace de su trabajo el mayor y mejor ejercicio al servicio de la verdad y la democracia. En el año 2024, según datos de Periodistas Sin Fronteras (PSF), fueron asesinados 203 periodistas, a los que hay que sumar los que están privados de libertad, encerrados en cárceles lóbregas en países como China, Rusia, Irán, la Siria de Al Asad, Venezuela, Nicaragua y en no pocos países islámicos. Para ellos, mi respeto y honor. Todos ellos luchaban contra la falta de información, prestos siempre a combatir esa enfermedad incurable que asola a las sociedades totalitarias: la falta de información en tiempos de guerra. Unos son asesinados en el campo de guerra yotros, silenciados en cavernosos calabozos donde se tortura la libertad. Dignifican esta profesión a la que yo he dedicado ya cincuenta años de mi vida.
Cada día más soy más consciente del valor del oficio de ser periodista, de este oficio que acerca la información a los ciudadanos y ser uno de los pilares básicos en la lucha contra los populismos, las dictaduras y de quienes ejercen el poder machacando la libertad y los derechos humanos.
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