De cómo mandar hasta la muerte
Los españoles del «exilio interior», es decir, los nacidos en la posguerra que empezábamos a adquirir conciencia política en la cercanía de los veinte años, tuvimos la impresión de que la dictadura estaba cercana a su final cuando vimos la foto de Franco departiendo con el entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, en el pasillo de un hospital madrileño en el que había sido internado para tratarse de una tromboflebitis.
A los encargados de cuidar la imagen del sátrapa ferrolano debió de parecerles muy oportuno enterar al mundo de que el «Vigía de Occidente» permanecía en su puesto y gobernaba el timón de la nave del Estado con mano firme. Esa misma mano que ha rubricado miles de sentencias de muerte, según historiadores solventes. No obstante, creo que se equivocaron en sus previsiones. La fotografía del abuelo convaleciente al que se le permite salir al pasillo de un hospital vestido con el pijama, la bata y las zapatillas como las que la Seguridad Social proporciona a los ingresados en sus respectivos nosocomios, se evaporó rápidamente. Y dio paso a la pregunta que inquietaba a los españoles del interior y que quien nos tuvo privados de derechos y libertades durante 50 años insistía en no aflojar. Y después de Franco, ¿qué? En el catecismo franquista se contestaba de corrido la respuesta con ánimo de tranquilizar a quienes tuviesen el temor a que la «vuelta de la tortilla» les quitase el piso o algo de parecido valor. «Todo quedará atado y bien atado», anunció Franco, para transmitir la inquietante idea de que de la........





















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