Trujillo es la ciudad de nuestra niñez y de nuestros primeros amores juveniles, por eso la querremos siempre; por eso, la visitamos con frecuencia (nada más poderoso que la nostalgia); por eso, este texto no es imparcial.
Según la ley, nacimos allí. Esta vez, no lo desmentiremos. Sí diré que nuestro cariño por esta ciudad es tan grande que, cuando en documentos formales debemos consignar nuestro lugar de nacimiento, señalamos con orgullo “Trujillo”.
Y sentimos orgullo porque, cómo no sentirlo, si la ciudad está llena de historia, de cultura, de ciudadelas y huacas impresionantes, de gente cálida, de intelectuales imprescindibles, de una gastronomía que seduce, de una arquitectura que emociona, de bailes maravillosos como la marinera norteña, de caballos de paso y chalanes que conquistan, de playas inolvidables, de una agroindustria pujante, de lugares fastuosos donde alojarse y más, mucho más.
Hace poco, Trujillo fue el centro de las noticias, no por todo lo nombrado líneas arriba sino por problemas de seguridad ciudadana. Sí, los problemas son reales, pero los encantos y atractivos de la ciudad son mayores que sus dificultades. Y no hay mejor receta para hacer segura a una ciudad que vivirla, gozarla, tomar sus calles y espacios públicos y demostrarles a quienes la perjudican que la fuerza de sus habitantes, y de sus visitantes, es más grande que sus problemas.
Por eso, hace algunas semanas la visitamos, para volver a recorrer sus calles, para admirar su arquitectura colonial, para asombrarnos con sus muy avanzadas civilizaciones precolombinas (fue cuna y sede de las culturas Moche y Chimú), para gozar con su deliciosa gastronomía, para deleitarnos observando a sus bailarines de marinera y caballos de paso, y para disfrutar de los mejores hoteles de la ciudad, los que la cadena Costa del Sol tiene allí. Acompáñennos en este recorrido.
Trujillo tiene tanta historia que hay miles de libros dedicadas a ella. Hoy solo diremos que allí se desarrollaron dos civilizaciones icónicas: Moche y Chimú, cuyos vestigios y manifestaciones aún son tangibles, no solo por sus impresionantes edificios sino, además, por algunas costumbres que se conservan hasta nuestros días.
En el valle de Moche están, por ejemplo, las Huacas del Sol y de la Luna, dos inmensas construcciones piramidales (de hasta 50 metros de altura) de la cultura Moche que, con sus hallazgos, siguen maravillando al mundo.
La Huaca de la Luna –llena de hermosos frisos donde se puede admirar a sus dioses degolladores, a sus sacerdotes, a sus guerreros, a sus batallas rituales y demás actividades cotidianas– cuenta desde hace algunos años, gracias al financiamiento de España y de algunos recursos propios, con un Museo de Sitio donde se exhiben objetos de metal, de cerámica, de tela, de madera y demás que nos permiten comprobar lo avanzada que resultó está civilización, con una orfebrería, cerámica y arquitectura alucinantes.........