Chicha, una pasión prolongada

Más que una cocina, la gastronomía arequipeña es un universo entero. A esta grandeza ha contribuido, sin duda, su inmensa despensa, una que tiene mucho de los Andes (Arequipa está sobre los 2300 metros sobre el nivel del mar) como su cercanía con el Océano Pacífico, un mar frío que le asegura especies marinas de una calidad suprema.

En efecto, la cocina arequipeña es diversa porque su territorio es propicio para la siembra de papas y maíces, cebollas y rocotos, quinuas multicolores y cientos de hierbas (el aroma y sabor del huacatay arequipeño no tiene parangón) que enriquecen su propuesta.

El Pacífico les provee de mariscos, corvinas y erizos alucinantes, especies marinas privilegiadas con los que se pueden elaborar verdaderas joyas como cebiches, tiraditos, sudados y demás. El mundo se sorprende ante el tamaño y la frescura y el sabor de los erizos de Atico, dulces en boca, amplios en complejidad y abundantes (si se los protege y no depreda).

Además, cuenta con ríos generosos que albergan una de las más grandes maravillas de la creación: el camarón de río, portento puro.

Con todo esto, más la buena mano y el mejor diente de los arequipeños (y claro, su carácter y exigente espíritu), era imposible que no tuviesen una buena cocina, una que, además, ha sabido guardar sus tradiciones.

¿Cómo? Renovándolas, poniéndolas siempre a prueba, es decir, sobre la mesa, sirviendo sus platos con orgullo y aceptando algunas renovaciones inevitables, pues nuestros abuelos no comieron como nuestros padres, y nuestros hijos no comerán como nosotros, pero, eso sí, sabiendo que tenemos raíces e identidad, forjadas todas a través del tiempo con prácticas culturales que nos enorgullecen.

Hace 15 años, Gastón Acurio decidió crear un concepto nuevo: una marca que representase la multiplicidad de cocinas regionales que tiene el Perú. Arequipa y Cusco vinieron a su mente por su prestigioso pasado, ricas tradiciones y potente gastronomía.

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