La victoria de Donald Trump: ¿hacia el fin del orden liberal?

El pasado 5 de noviembre, Donald Trump venció, por segunda vez, aunque no consecutiva, las elecciones presidenciales en Estados Unidos de América (EE. UU.). Su victoria es contundente. Además del voto popular, que no ganó en 2016 frente a Hillary Clinton, el Partido Republicano, al que representaba, se ha hecho con el control del Senado y tiene también mayoría en la Cámara de Representantes. Con estos resultados electorales, Donald Trump puede controlar todos los poderes del Estado.

Si en 2016 sonaron las alarmas después de su llegada al Gobierno de la, todavía, principal superpotencia mundial, este 2024 asistimos a la consolidación de un liderazgo que ya nadie puede considerar una excepción histórica. La reelección de Trump lo confirma como el síntoma de una enfermedad no resuelta cuyo origen se encuentra en los mismos fundamentos del sistema y en sus impactos en la sociedad que le vota. Donald Trump no es una anomalía de la democracia estadounidense; es, más bien, el resultado lógico de un sistema democrático que obtura las posibilidades de una salida en clave emancipadora a las desigualdades crecientes que su propio modelo económico capitalista genera. Como Milei en Argentina, Trump no es antisistema, Trump es un producto natural del sistema, sólo que en su fase de descomposición.

El fenómeno Trump, el trumpismo o el trumperialismo, son diferentes modos de referirse a algo que va más allá de una persona o su personaje. Donald Trump encarna un movimiento de época que, aunque tiene paralelismos con el surgimiento del fascismo en los años 30 del siglo XX, debe ser analizado como una nueva forma política, como recalca Miguel Urbán en su libro Trumpismos. En el trumpismo se combina autoritarismo con neoliberalismo revestido de proteccionismo, negacionismo climático, teorías de la conspiración, fanatismo religioso, batallas culturales contra lo woke, nacionalismo supremacista, instrumentalización de la clase obrera autóctona, políticas antiinmigración, individualismo, desregulación selectiva, extremismo discursivo y el liderazgo moral de una internacional reaccionaria que aglutina fuerzas políticas diversas por todo el planeta.

Nadie en EE. UU. puede afirmar que no sabía por quién votaba. Ahora bien, hay una gran diferencia entre votar a Donald Trump como expresión de un rechazo a un Partido Demócrata gobernante, asociado con la inflación, el apoyo al genocidio en Gaza o visto como representante de unas élites........

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