Vivimos menguados tiempos para la esperanza, y más difíciles para la resistencia. El mundo sufre una confrontación que mide el poderío económico y militar de tres potencias hegemónicas. La aniquilación sistemática de pueblos relativamente indefensos, como el palestino, evidencia la cuasi inutilidad de organizaciones internacionales y de las normas que las rigen. Países que fueron hegemónicos han descendido a semicolonias, útiles solo para ser sacrificados como mercenarios en las guerras imperiales (y otros están en camino).
Comprender un problema es comenzar a resolverlo. La hegemonía de Occidente tiene por base y finalidad el dominio de la energía fósil. Las contiendas del siglo XX y las del XXI han sido rebatiñas para monopolizarla. La Primera Guerra Mundial se desató para disputar a Alemania y al gran Imperio otomano las reservas petrolíferas del Oriente Medio. La Segunda intentó arrebatar al control soviético los campos petrolíferos de Bakú. Los restantes conflictos disputaron o aseguraron zonas periféricas de los grandes yacimientos de hidrocarburos o vías para su transporte. Todos los enfrentamientos del Oriente Medio han tenido como pila bautismal el petróleo: hasta el genocidio que se perpetra en Gaza tiene por objetivo el gas de su costa.
Tal cuadro conflictivo se debe al hecho de que cerca del 80% de la energía que mantiene funcionando al mundo es de origen fósil. A ella deben su estatuto las actuales potencias. De la misma depende, por otra parte, la posibilidad de extraer, transportar, transformar y aprovechar los restantes recursos, la mayoría........