Tras la precipitada salida de Siria del presidente Bashar al-Assad y la toma de gran parte del país por las fuerzas yihadistas rebautizadas de Al Qaeda, se ha producido una avalancha de artículos sobre el futuro de Siria.
Tanto los gobiernos como los medios de comunicación occidentales se han dado prisa en celebrar el triunfo de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), aunque el grupo aún sea considerado terrorista en EEUU, Gran Bretaña y gran parte de Europa.
Allá por 2013, EEUU ofreció una recompensa de 10 millones de libras por su líder, el saudí Abu Mohamed al-Golani, a cuenta de su participación en al-Qaeda y el Estado Islámico (ISIS) y por llevar a cabo una serie de brutales ataques contra civiles.
Hubo un tiempo en que cabía esperar que acabara entre rejas, enfundado en un mono naranja, en el tristemente famoso centro de detención y tortura de Guantánamo, operado por los estadounidenses. Ahora se está posicionando como el presunto heredero de Siria, con la bendición de Washington.
Sorprendentemente, antes incluso de que HTS o al-Golani sean puestos a prueba en sus nuevos roles de supervisión de Siria, Occidente se ha apresurado a rehabilitarlos. Tanto EEUU como Reino Unido están tratando de anular el estatus de HTS como organización terrorista.
Para colocar en perspectiva la extraordinaria rapidez de esta absolución, recordemos que Nelson Mandela –ensalzado internacionalmente por su contribución a la liberación de Sudáfrica del yugo del apartheid– no fue eliminado de la lista de terroristas de Washington hasta 2008, 18 años después de su salida de prisión.
Sin embargo, los medios de comunicación occidentales están ayudando a al-Golani a recalificarse como un potencial hombre de Estado, borrando sus pasadas atrocidades, cambiando su nombre de guerra por el auténtico, Ahmed al-Shaara.
Aumenta la presión
Las presuntas historias de presos liberados de las cárceles y de familias que se echan a la calle para celebrarlo han contribuido a impulsar una agenda informativa optimista y a ocultar un futuro más bien sombrío para la recién “liberada” Siria, mientras EEUU, Reino Unido, Israel, Turquía y los países del Golfo se disputan una parte del pastel.
Parece que el destino de Siria como Estado fallido ha quedado sellado. Tal como hizo Occidente con Libia, otro país que intentaba seguir una política propia, en el 2011.
Los bombardeos israelíes, que han destruido cientos de infraestructuras críticas en toda Siria, tienen precisamente ese objetivo. En pocos días el ejército del régimen de Netanyahu se jactó de haber destruido el 80% de las instalaciones militares de Siria. Desde entonces se han destruido más.
El pasado lunes Israel lanzó 16 ataques contra Tartus, un puerto de importancia estratégica donde Rusia tiene una flota naval. Las explosiones fueron tan potentes que registraron 3,5 en la escala de Richter.
Durante el gobierno de al-Assad Israel solía justificar sus ataques contra Siria –coordinados con las fuerzas rusas que apoyaban a Damasco– como necesarios para impedir el flujo de armas por tierra desde Irán a su aliado libanés, Hezbolá. Pero ese no es el objetivo en la actualidad. Los matones de HTS han prometido mantener a Irán y Hezbolá –el eje de la resistencia contra Israel– fuera de territorio sirio.
En cambio, el régimen israelí ha dado prioridad a atacar el ya asediado ejército sirio –sus aviones, buques de guerra, radares, baterías antiaéreas y arsenales de misiles– para despojar al país de toda su capacidad ofensiva o defensiva. Cualquier esperanza de que Siria mantenga una apariencia de soberanía se está desmoronando ante nuestros ojos.
Estos últimos ataques se suman a años de iniciativas occidentales para socavar la integridad y la economía de Siria. El ejército estadounidense controla ilegalmente las zonas de producción de petróleo y trigo del país, saqueando estos recursos clave con la ayuda de los kurdos. En términos más generales, Occidente ha impuesto cientos de sanciones punitivas a la economía siria.
Fueron precisamente estas presiones las que desgastaron al gobierno de Assad y condujeron a su colapso. Ahora Israel está ejerciendo más presión para asegurarse de que cualquier recién llegado se enfrente a una tarea aún más difícil.
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