Es un simplismo suponer que la elección de mujeres en los cargos de dirección es, por sí, un cambio de paradigmas en el ejercicio económico, político y cultural del poder. La dirección no es un problema de género, el problema es de programa. Clase, género y dirección. Hemos tenido ejemplos dolorosamente retrógrados y paradójicos. Reinas, ministras, presidentas y lideresas de todo tipo han dejado huellas indelebles nada enorgullecedoras. Heredamos una nómina femenina macabra, artífice de episodios opresión y crimen: Margaret Thatcher, Isabel (llamada reina) y muchas más.
Esos antecedentes son desafío histórico inmediato para las izquierdas (como las explica Sánchez Vázquez) que expresarán poder con la dirección de mujeres. Se somete a examen riguroso la base programática, la amplitud y la hondura de las políticas concretas en la economía, la cultura, la ideología y la filosofía. Y también los rezagos y manías endógenos. Los retos para la igualdad de oportunidades y especialmente la igualdad de condiciones.
Con el avance político de las mujeres progresistas, de izquierdas o revolucionarias, se tensan las tramas culturales, las costumbres, las subjetividades y los atavismos históricos por cotidianos. Se pone bajo tensión superadora, como segunda negación, un paquete político con sobrepeso ideológico, que las izquierdas deben saber saldar, y sanar desde sus entrañas, si aspiran a grados honestos de credibilidad con la dirección de las mujeres bajo la lucha de clases. Marx insistía: “En el comportamiento hacia la mujer, botín y esclava de la voluptuosidad común, se manifiesta la infinita degradación en que el hombre existe para sí mismo… Del carácter........