Su vida y obra son insistencia que milita sus convicciones revolucionarias para “transformar el mundo” con su capacidad única de amar la paz para su pueblo y para todos los pueblos. Eso es imborrable. Se trata de una militancia y brújula, de pasiones concretas y espíritu con magia, sentidos, unión, elección, explosiones... y dolores. Y lucha de clases. Una convicción incómoda para la burguesía.
Piedad vivió la intensidad de sus principios como una de sus fuerzas esenciales, como arma pasional de amor hacia los otros a plena luz de la lucha objetiva cargada con emociones variopintas. Entendía la dialéctica de las luchas de clases, de las luchas contra la perversión burguesa de la violencia contra los pueblos. Ese fue y es su fin práctico mejor y uno de los saltos cualitativos predilectos de Piedad que organizaba, lo que tuviese a mano, bajo una coartada humanista, coherente, irrefutable, que es inexplicable sin las debilidades que la hacen poderosa, y sin sus errores más acertados.
Su obra es un relato humanista electrizante y vivo atravesado por los “calvarios” de una historia social enferma y cercada por los dolores de la corrupción, el imperialismo, la desintegración social... el capitalismo mismo. En esa historia Piedad es una revolución humanista tangible, en el amor y en los padecimientos. Su militancia tiene ribetes poético-políticos en un carnaval de contradicciones geopolíticas que le forjaron un temple como el hierro, al mismo tiempo delicado y........