Que suene bonito es una intención frecuente en algunos relatos políticos signados por cierto sentido común de la belleza que inspira al emisor a espetar soluciones discursivas de ornato para halagar el gusto, para complacer al destinatario, en uno o varios placeres estéticos, al margen incluso de su realidad o su cultura. Para quedar bien en las preferencias del destinatario. No siempre con resultados lindos. El opio del verbo.
Así proliferan algunos oficios, y negocios, que convierten en mercancía costosa el placer de escuchar lo bonito más que lo verdadero. Se usa y se abusa. Fabrican fórmulas y estereotipos para el planteamiento, el desarrollo y el desenlace del relato. Para el saludo tanto como para la despedida. Como toda forma de expresión, con sus ineludibles cargas ideológicas, el componente estético se halla históricamente condicionado por su base objetiva. Ante ella puede servir de auxilio o puede traicionarla bellamente. Oscila entre la intención de fortalecer el centro argumental de la expresión o imponer como centro la estética misma con un afán casi exclusivamente decorativo. Y distractor.
Pero toda intención estética es también forma ideológica que no puede eludir sus marcos de referencia y que participa de una totalidad o estructura artística con estatutos propios. Está dotada de cierta coherencia interna y autonomía relativa, que impiden su reducción a mero fenómeno decorativo, anecdótico o inocuo. La estética de la comunicación política participa, así sea........