El historiador luxemburgués Arno J. Mayer pertenece a una extraordinaria generación de eruditos judíos de habla alemana -George L Mosse, Raul Hilberg, Peter Gay y Fritz Stern, entre otros- que nacieron en Europa entre el final de la I Guerra Mundial y el ascenso de Hitler al poder, y llegaron a su madurez durante la II Guerra Mundial. Los cataclismos del siglo XX forjaron su habitusmental y les otorgaron un agudo sentido de la Historia.
Para ellos, la Historia no es objeto de contemplación pacífica y desapegada; es un reino de repentinas bifurcaciones, de giros inesperados que rompen continuidades y lo cambian todo. Es también el reino de la tragedia humana. La peculiaridad de Mayer dentro de ellos reside en la amplitud de su perspectiva y la variedad de sus intereses. Presentarle como un "especialista" en temas concretos -diplomacia, revoluciones, Holocausto, sionismo, violencia política- corre el riesgo de eclipsar el rasgo más llamativo de su obra: la propia "Europa", la historia del Viejo Continente concebida e interpretada como crisol de interacciones, intercambios y, a menudo, enredos mortales.
Nacido en Luxemburgo en 1926 en el seno de una familia de la clase media culta judía (Bildungsbürgertum), Mayer y su familia huyeron de Francia en medio de la invasión nazi de junio de 1940. Tras serles denegada la entrada en España y Marruecos por falta de visado, fueron detenidos durante varias semanas en Argelia y llegaron finalmente a los Estados Unidos en 1941. En 1944, cuando tenía 18 años, Mayer obtuvo la ciudadanía estadounidense y se alistó en el ejército. Gracias a sus conocimientos lingüísticos, le destinaron a Fort Ritchie (Maryland), donde los oficiales de inteligencia interrogaban a prisioneros de guerra alemanes de alto rango. Al año siguiente inició sus estudios en el City College de Nueva York, que continuó en el Instituto de Postgrado de Estudios Internacionales de Ginebra y concluyó en Yale, donde se doctoró en Historia. Tras enseñar durante casi diez años en Wesleyan, Brandeis y Harvard, en 1961 se trasladó a la Universidad de Princeton, donde enseñó hasta su jubilación.
La trayectoria existencial e intelectual de Mayer se vio marcada por la experiencia del exilio, y sus obras expresan la mirada de un intelectual europeo emigrado a América. No cabe duda de que sus orígenes luxemburgueses le empujaron a pensar históricamente más allá de los patrones nacionales y las fronteras políticas. Como él mismo señaló, Mayer compartía este horizonte cosmopolita y supranacional con otros historiadores procedentes de naciones pequeñas, como el suizo Jacob Burckhardt, el belga Henri Pirenne y el holandés Johan Huizinga.
Pero pensar globalmente precisa de una metodología y, en cierta medida, implica una filosofía de la historia. Fue Marx quien modeló el estilo de pensamiento de Mayer más que ningún otro, por lo que, adoptando una vieja categoría marxista, podemos definirlo como un historiador de Europa considerada como totalidad concreta. Es decir, cada parte sólo puede entenderse en relación con sus otras partes. Sin adherirse a ninguna ortodoxia marxista, Mayer mira al pasado considerando las conexiones entre estructuras sociales, conflictos de clase y formas de dominación, conectando ideologías, culturas y visiones del mundo con estas infraestructuras materiales.
Escribiendo en inglés, pero con un dominio del alemán y el francés como lenguas maternas, Mayer es más cosmopolita que la media de los eruditos académicos norteamericanos y, al mismo tiempo, no pertenece en sentido estricto al entorno de los exiliados judeo-alemanes. Su bagaje cultural es europeo. Por otra parte, su apego a la cultura norteamericana hunde sus raíces en la tradición de la izquierda intelectual que combinaba espíritu crítico, radicalismo político y una fuerte conciencia de sus raíces europeas. Al principio de la Guerra Fría, cuando Mayer terminó sus estudios universitarios, la trayectoria de los intelectuales neoyorquinos también estaba terminando, pero él sentía cierta afinidad con personalidades como Max Eastman o Irving Howe. En los años cincuenta fue antimacartista y se hizo buen amigo del filósofo de la Escuela de Frankfurt Herbert Marcuse.
En el prólogo de Why Did the Heavens not Darken? (1988), su célebre libro sobre los orígenes del Holocausto, Mayer narraba su biografía como joven refugiado rescatado por los Estados Unidos. Aunque sirvió en la II Guerra Mundial, nunca idealizó su nueva patria. En nuestras conversaciones a lo largo de los años, mencionaba a menudo la sofocante atmósfera de racismo y antisemitismo que rodeaba a las universidades de la Ivy League en los años 50, cuando comenzó su carrera académica. En 1970, fue incluso detenido y encarcelado durante un día tras ocupar con sus estudiantes un edificio de Princeton en el que los especialistas académicos realizaban estudios cartográficos encargados por el Pentágono para preparar los bombardeos en Vietnam. En este sentido, podría definírsele como un típico representante de la "izquierda sin techo" estadounidense, una izquierda sin filiación partidista,........