El demorado fallecimiento de Henry Kissinger ("bad people live longer," los malos viven más, reza un conocido aforismo en EEUU), sin dudas uno de los mayores criminales de guerra de la segunda mitad del siglo veinte, ha puesto de relieve duplicidad ética del imperio, tanto del hegemón como de sus vasallos, y de la prensa occidental que lo han exaltado como un gran estadista y un consumado geoestratega.
Lo primero no es cierto porque quien no puede, o no quiere, discernir entre el bien y el mal o entre la ley y el crimen no merece ser llamado un estadista. El vocablo le queda grande. Podrá ser un personaje muy poderoso, dirigir, desde las sombras o a plena luz del día, un Estado, pero jamás merecerá ser exaltado a la condición de estadista por lo menos entre aquellos que, inspirados en las enseñanzas de la filosofía política clásica ateniense, seguimos postulando la imprescindible unidad entre el poder, el saber y la moral.
Pero como analista y protagonista de las artes de la geopolítica Kissinger fue un consumado “realista” en el siempre resbaladizo terreno de las relaciones internacionales. Es decir, tenía una capacidad de leer las tensiones que las surcaban pero también las oportunidades que aparecían en los más diversos escenarios de lucha, a todo lo cual añadía una infrecuente sensibilidad para percibir el influjo de las corrientes........