El Gobierno actual ha planteado que en el Estado ya «no hay plata» y que un imperativo categórico e impostergable, para que la economía argentina se «normalice», es poner en orden las cuentas públicas, reducir el déficit fiscal e inclusive tratar de lograr un superávit en las finanzas del Estado.
Si hay algo realmente excepcional en la economía argentina es su histórica inercia inflacionaria, que responde mucho más a causas políticas –la debilidad de un Estado con efectivas capacidades de regulación de los voraces agentes del mercado– que al juego exclusivo de las variables económicas.
La reducción del déficit público como panacea para nuestros males es una propuesta sorprendente en la medida en que es hecha por un presidente que ha señalado que hay dos países en el mundo que son quienes inspiran su gestión gubernativa: EEUU e Israel.
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