Hace unas semanas traíamos aquí aquella frase tan rotunda de Ortega en el año 30, cuando llamaba a los españoles a una insurrección contra la monarquía agonizante: «Españoles, vuestro Estado no existe. ¡Reconstruidlo!». Mal podía imaginar nadie ahora que la resurrección de aquella frase iba a tener un escenario tan trágicamente material: ya no es sólo la reconstrucción de un Estado convertido en predio económico y político de los enemigos de la nación, sino que en esta hora la reconstrucción atañe al conjunto del Estado, a todas sus instituciones, a sus resortes fundamentales, que han fracasado globalmente frente a una de las peores catástrofes naturales que los españoles recordamos. Aún peor: ya nadie puede poner en duda que la incompetencia del poder, en todas sus escalas, ha contribuido a hacer la tragedia aún más grave. De modo que a la reconstrucción urgente de los campos y ciudades devastados hay que sumar, y es inexcusable hacerlo, la reconstrucción de un Estado que un día, hace tiempo, funcionó, pero que hoy se ha convertido en un peligro para la supervivencia física de los españoles.
Uno repasa la lista de todo lo que ha fallado, de todo lo que se ha hecho mal por incompetencia, por negligencia o, aún peor, por cálculo político, y es para no dar crédito. Alertas hidrográficas que nadie escucha. Políticas ambientales decididas por una burocracia extranjera y ajena a nuestro entorno natural real. Agencias meteorológicas que nos vaticinan todos los días el inminente calentamiento global para dentro de cinco, diez o cincuenta años, pero que naufragan cuando se trata de hacer una predicción de 12 horas. Mecanismos supuestamente reglamentados conforme a protocolos técnicos que, a la hora de la verdad, fallan por problemas elementales de organización y mando. Cargos públicos elegidos para sus puestos no por su competencia profesional, sino por su pertenencia al partido de turno. Un Gobierno nacional que, en el peor momento de la........© La Gaceta