El presidente del Gobierno ha anunciado un tiempo nuevo. Un tiempo de «limpieza». Es decir, un tiempo de represión de la oposición. Lo esta vistiendo de defensa de la democracia. Cuando un tipo te dice que él es la democracia y tú no cabes, es que la democracia se ha acabado. Parece que la «crisis constituyente» de la que habló el entonces ministro de Justicia, Campo, ha entrado en su fase decisiva. Campo dijo aquello en junio de 2020, en plena fiebre COVID. A Pedro Sánchez ya se le habían empezado a ver las costuras de césar desde el principio, pero es verdad que la pandemia, a él como a otros aprendices de tirano, le dio la oportunidad de ensayar lo aspectos más drásticos del nuevo orden: control del ciudadano, control de la economía, control del parlamento, control de la comunicación, incluso control de la Justicia. Muchas —demasiadas— de aquellas herramientas de control quedaron vivas, como dormidas, esperando el momento de volver a despertar. No hay que perder eso de vista. Desde entonces, Sánchez ha tenido el mérito de utilizar cada nueva crisis de su propio poder para dar un paso adelante en su proyecto. La dependencia de los votos del separatismo la empleó para avanzar en su propósito del deshilachamiento confederal de la nación. Las fundadas sospechas de corrupción en su entorno político y familiar, para lanzar esta ofensiva de ahora contra los jueces y los medios independientes.
Porque Sánchez tiene un proyecto, sí, y no es........