Como cada año, la exhibición del orgullo gay ha vuelto a consistir en una sonrojante explosión de vulgaridad que abochorna a cualquier persona de bien, empezando por muchos homosexuales a los que les resulta totalmente ajena. Bien está, por supuesto, que las opciones sexuales sean de la incumbencia de cada cual y que nadie tenga nada que decir al respecto —como en tantos otros terrenos políticos, ideológicos, religiosos, científicos o médicos, dicho sea de paso—, pero de ahí a hacer de ello una reivindicación política interminable, agresiva y sectaria hay un abismo.
La desquiciada sexualización de nuestra senil época, saturada de potingues y viagra, ha conseguido poner en el centro de la actividad política lo que nunca debió salir de las alcobas. La bandera multicolor en La Moncloa........