El viento azota sin piedad el rostro de José Gregorio, que se pregunta por qué diablos habrá pulsado «aceptar» la notificación del último pedido de la noche. «Estúpida aplicación», dice para sí, dentro del pasamontañas bajo el que se resguarda del frío. Otra cosa es el viento, que le arranca las lágrimas y rasga su cara como un cuchillo recién afilado.
Pedalea con rabia porque le toca remontar los cuatro kilómetros de Bravo Murillo. Acaba de recoger un pedido en el McDonal’s de Cuatro Caminos que debe entregar casi en la plaza de Castilla. A eso en el gremio se le llama un completo. ¿Cómo es posible que le envíen tan lejos? La aplicación no para de fallar, mas no la de Spotify, que le proporciona bachatas de Romeo Santos que retumban a todo trapo en sus cascos, pero ni por esas entra en calor. Cuando llegue a casa —se repite— que no se me olvide recordarle a mi hermana aquello de que en Madrid hace más calor que en Venezuela.
España no está siendo el sueño que le habían dicho su hermana —única familia aquí— y los amigos que escaparon de Caracas antes que él. Pero qué narices, la última vez que habló con su madre le contó lo bien que le va en la clínica y que, de seguir así, quién sabe si el año que viene abre la suya propia. Todo muy creíble, si hasta se ha comprado una bata, mascarilla y los utensilios de dentista con los que a veces se adorna para hacer las videollamadas con mamá, que tanto invirtió en su educación.
-Qué orgullosa estoy de ti, Goyo, le dice ella cuando le ve en la pantalla del celular al otro lado del charco.
En otra vida José Gregorio se licenció en odontología en la........