Europa sangra por la herida que hace décadas abrió el multiculturalismo que prometía, como en un anuncio de Benetton, felicidad e integración. Oponerse al plan de colorines condenaba a galeras al disidente, pues la conversación pública estaba entonces aún más secuestrada que hoy por los dos grandes partidos salidos del sistema impuesto por los Estados Unidos tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial. Advertir de algo tan evidente como que los seres humanos no somos intercambiables porque tenemos cultura, religión, arraigo y familia estaba muy mal visto a ambos lados del único tablero donde se podía —y puede— jugar. Ahí se abrazan Uber y Pablo Iglesias, la patronal y el sindicato sistémico, el gran capital y el fariseísmo del padre Ángel.
Como las ideas tienen consecuencias, los profetas de las fronteras abiertas y los barrios convertidos en zocos de delincuencia y sharía pasan de puntillas ante este fracaso innegable redirigiendo su frustración hacia una culpa colectiva. «No los hemos sabido integrar». Usted, taxista de Getafe, pescador de Algeciras o camarero de Badalona tiene la culpa de que Mohamed no respete nuestras leyes e imponga prácticas como la ablación del clítoris o los matrimonios forzosos.
Es verdad que ambos fenómenos no son tan visibles en la medida en que casi nunca los padece la población autóctona, no así las violaciones o los machetazos. Acaso........