El día después

Sánchez se sostiene por el finísimo hilo de su amor por sí mismo, como le recordó ayer Santiago Abascal. La caída es tan inminente como inevitable. Caer no es sólo abandonar La Moncloa, que ya es duro cambiar las delicadas tacitas de té por la cacharrería de Ikea. Caer es cuando te estallan tantas bombas alrededor que ya no logras mantener el equilibrio, y Sánchez va a explosión por hora. Repta porque ya no yergue. Aldama ha puesto en marcha un gran ventilador, pero todo el Consejo de Ministros está cercado por ventiladores, y los documentos y rumores vuelan de una redacción a otra sin descanso. Ya nadie tiene miedo. O mejor aún, están tan muertos de miedo que les da igual todo.

A fin de cuentas, el único que no ve que su tiempo ha terminado es Sánchez, pero todos los que de una manera u otra han estado implicados en las corruptelas del poder están a esta hora midiendo cada movimiento, filtrando como cafetera en estación de tren, y más de uno deseando ponerse ya a colaborar con la justicia para que pase todo cuanto antes, confiando en que a veces los jueces son........

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