Lo de Valencia quizás sea lo peor de todo. El Covid fue una tragedia y un encierro y muchas cosas que se hicieron muy mal. La Amnistía, una gran humillación. Pero esto de Valencia tiene algo que lo supera.
Cuando nos enteramos de lo que sucedía, sentimos, yo creo que todos, el impulso humano, la solidaridad humana habitual, pero esta vez no era como cuando pasa en otros lugares del mundo.
Había una conmoción distinta, algo que se intensificó al percibir el abandono de las víctimas.
Era, primero, una sensación de preocupación. Los valencianos fuera de Valencia, por supuesto, pero también el resto de españoles; todos, eran todos. El español sintió Valencia vivamente y la enormidad de la catástrofe y la evidencia del abandono le llamaron en lo profundo. Sentimos, sentimos aun, que sufren hermanos nuestros, porque decir conciudadanos es decir muy poco; ni siquiera compatriotas; sentimos que sufren los nuestros, semejantes, extraños en una identidad, y sus penas, no se sabe por qué, nos incumben más.
El dolor del que pierde es el mismo, pero en nosotros impacta de otra forma. A la humanidad se le suma otra cosa. La lástima se adensa, se nos hace patética. Sentimos que tenemos la obligación de responder, de atender, que es nuestro deber hacerlo, que estamos llamados a ello. Nosotros o, por supuesto, algo en nuestro nombre, algo nuestro, algo común.
Valencia no despierta solidaridad. Eso me lo despierta Haití. Valencia despierta urgencia de deber.
El llanto ajeno me........