En una de las primeras fotos que tengo con mi padre estoy sentada sobre sus hombros. Fue tomada en nuestro invierno clemente, frente al mar, reflejando esa manera tan suya de hablar de pasiones sin usar palabras. Visto una camiseta en la que habían serigrafiado mi apodo y él me aúpa para que conozca lo antes posible el rumor tranquilo y dorado del Mediterráneo. En esa instantánea soy, a decir del teólogo medieval, una enana a hombros de un gigante. Puedo avizorar el horizonte, y el futuro, porque él me sostiene y me eleva.
Los hombres del medievo que construyeron catedrales, los hombres de ciencia que inventaron lo inesperado y los descubridores que ensancharon el mundo, lo hicieron porque las generaciones anteriores les entregaron su obra inacabada y se permitieron ser eslabones, parte humilde de un engranaje infinito. Así, cada padre es un peldaño y, a su vez, la........© La Gaceta