Parturienta

Estamos en la sala de puerperio del hospital, en la cama 307. Cuatro camas, divididas por cortinas azules, conforman este espacio.

La recién nacida viste un saco beige con pececitos verdes, un pantalón remangado –del mismo color– y un gorro gris. Tiene los ojos abiertos, pero no mira. Un vello fino cubre su piel rosada. El cabello aún está húmedo por el líquido amniótico; los restos de una capa blanca, grasosa y espesa y la sangre del canal de parto.

Repaso las últimas horas. Miro a la cría con desconfianza: no puede ser ella el feto que, hasta hace un rato, invadía mi tripa. Me fijo en sus manitas rugosas; le quito las medias para contar los deditos de sus pies; observo el lanugo de sus orejas… No sé qué siento. Hace apenas cuatro horas salí de la sala de partos, hace poco más que mi cuello uterino se dilató y ella asomó su cabeza por mi vagina, liberó sus hombros y fue........

© La Crónica del Quindío