“Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida”.
Woody Allen
es un famoso poema de Cavafis que habla de la catarsis que gobiernos sin escrúpulos suelen desatar para asegurarse el control social a modo de doctrina del shock. Aquel imprevisible Godot como amenaza que nunca culmina porque su eficacia reside precisamente en ser una eterna espada de Damocles. Durante la dictadura franquista el tótem era la . Hidra de tres cabezas a la que había que mantener machaconamente a raya por nuestro propio bien. Un > que, visto lo sucedido, debió cobrarse su objetivo a carta cabal. El tirano murió en la cama de un hospital. Designó como heredero en la jefatura del Estado a su delfín Juan Carlos de Borbón. Y logró que los infames bárbaros se unieran a los últimos cruzados para repartirse la herencia en almoneda.
Casi cuatro décadas después de la transición democrática así concebida se vuelve a la retórica del botón del pánico. El esperando a los bárbaros de hoy, que se pronuncia , sigue prestando grandes servicios a los amos del sistema. Sin desenlace en ciernes, gastadas las mortificantes alarmas, parece que no tardara en alumbrar un escenario que nos devuelva al bumerán que pronosticaba el escritor de Alejandría: el >, con que iniciaba el último verso al conocer que los bárbaros no existen. Una amenaza con la mecha húmeda se disipa y pasa de ser el problema a reivindicarse como salvación aún den coces en el aguijón. Por mucho empeño que los dignatarios pongan en sacrificar a sus dioses una (René Girard, La violencia y lo sagrado).
Esto es lo que reflejan las últimas elecciones regionales en Alemania, donde se ha comprobado que el fascismo sigue teniendo dos caras ideológicas, funge rojipardo. Algo que sabíamos desde los tiempos en que Hitler y Stalin al alimón desencadenaron la Segunda Guerra Mundial y se repartieron media Europa a bombazo limpio,........