Resulta difícil para muchos de nosotros enfocar la vida y la obra de Vicenç Ferrer, un hombre al que ya le están lloviendo exaltaciones mediáticas -que si catalán universal, que si candidato al Nobel, Príncipe de Asturias, etc.-, y sobre cuyo cadáver han desfilado dos de los buitres más significado de la corte de los Milagros, un señor “socialista” y una señora “popular” para los que la única razón verdadera es la de los grandes beneficios. No han faltado escenas de loas dudosas, ni tampoco declaraciones infumables de sotanas que han aprendido muy bien aquello de al César lo que es del César y a Dios lo que diga el César.
Lo había visto en un programa de TV3 y desde luego no me recordaba a otra figura del cristianismo de base del tipo de Casaldàliga, que tenía la virtud de decir las cosas claras, y que daba gusto escuchar diciendo las verdades más dolorosas como cuando declaró que el capitalismo no solamente era malo de verdad, es que además estaba loco.
Mientras que la periodista remarcaba palabras del tipo “catalán universal”, “sabio” y otras maravillas, a Ferrer todo le parecía bien, todo el mundo le parecía bueno. Parecía instalado en aquello de “No juzgues y no seréis juzgados”. Cuando le preguntaron que pasó cuando fue a ver a Franco, respondió vagamente, y contó con un asomo de ironía que el Caudillo le dijo “el dinero corrompe a los pueblos”, lo que demostraba, por sí hacía falta, que el cinismo puede no tener límites, amén de una cierta sorna siniestra ya probada en otras ocasiones, como cuando le dijo a uno de sus ministros que “él no se metía en política”. Tuvo palabras amables aunque ambiguas con el último papa. Lo dicho todo estaba en el orden de las cosas.
Reaccionaba con más energía cuando el tema era la pobreza, estaba claro que no la soportaba, sin embargo para que no hubiera ninguna duda, declaró que los amos del mundo no tenían que ser los malos, y uno no pudo por menos que recordar el akelarre que siguió a la muerte de la madre Teresa, con el desfile de algunos de los jefes de gobierno de las grades potencias. Cierto es que con Vicenç esto no ha pasado, sobre todo porque él ya estaba apartado de la Iglesia oficial y lo suyo no se orientó a paliar los casos más dolorosos de la terrible cara de la extrema miseria, la otra cara de las riquezas extremas como diría muy bien Mahatma Gandhi.
No obstante, la entrevistadora estaba feliz, Vicenç también veía en ella la huella de la luz y del bien,........