Sobre el activismo cultural bajo el franquismo

Durante mi infancia allá por los años 50, los libros eran ante todo los escolares, si bien recuerdos que mi maestro Don Julio nos hizo leer Don Quijote, aunque sin éxito porque los niños teníamos la cabeza en los juegos. No obstante, ante de fallecer, mi abuelo preferido consiguió que un familiar “litri” le prestaran una serie de obra de Verne y de Salgari. Creo que el primero me resultaba muy complicado, pero al segundo me lo bebí durante días en los que hasta dejé de jugar al fútbol. No fua hasta los 15 años que la voracidad cinéfila centrada en las revistas me llevó al mercadillo de Coll-Blanch, a los “Top manta” de entonces.

Allí descubrí la colección Pulga que era pequeña y barata, y mi trayecto comenzó con los autores sonados desde obras de aventura como el Walter Scott de Ivanhoe o de El talismán, y los referentes se sucedieron hasta desembocar en la gran literatura rusa, ya nunca abandonaría, en especial Lev Tolstói, y sobre el que escribí luego un ensayo. Entonces trabajaba bastante duramente, pero no desaprovechaba ni viajes ni bocadillos, incluso caminando. Semejante vocación me llevó a buscar cómplices, y los encontré en el personal que había conocido la “revolución cultural” republicana de los años treinta, al tiempo que observaba la poca gente que leía, sobre todo en los viajes de metro. En mi camino había ya aprendido a diferenciar entre los clásicos que yo devoraba, y las lecturas de “lo que se llevaba”, sobre todo entre el personal de oficinas, el mismo que me había tachado de “raro” por leer todavía a Emile Zola durante mi paso por una de ellas. Llegado a cierto punto comencé a desarrollar lecturas ordenadas de diversos clásicos. Me sirvieron para ello las monografías de Stefan Zweig o André Mourois. Así por ejemplo, una biografía de Dickens era seguida por un repaso apasionado de sus obras más celebradas. Esto significó un mayor disfrute amén de el inicio de discusiones con amigos que descubrían por ejemplo con Stendhal, amén de un inicio de lecturas disidentes porque el régimen nos quería catetos, domesticado con la tele y sobre todo con el fútbol.

Las lecturas “políticas” o sea disidentes, se fueron imponiendo justo para alarma de la familia que se encontraba con títulos con palabras como socialismo o revolución. Para evitar tensiones y posibles sustos con la policía, aproveché el montaje de un joven comunista que trabajaba en Plaza&Janés, de manera que pude leer autores prohibidos con las tapas de best sellers. Seguí el mismo esquema y mis estanterías se fueron llenando con obras en las que se........

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