Se podría decir que el “western” es un género que se inyectó profundamente en las venas de varias generaciones como se recuerda en TV2 cada mediodía, pero quizás especialmente en los años cincuenta-sesenta, cuando conoció su canto de ciñesen. Cuenta Javier Coma (cuyo “Diccionario del western clásico” tengo casi siempre a la mano), que se trata de un género que cuenta con adictos muy especiales, con una determinada edad, y con una pasión que sobrepasa la que puedan tener con el resto del cine, lo cual, claro está no es mi caso. Bastante de cierto debe de haber en esta constatación ya que el “western” se ha convertido en un recurso televisivo de primer orden, rara es la temporada que tal o cual canal no ofrece su propio ciclo, y el ejemplo puede extenderse perfectamente al medio DVD ya que se han editado y se están editando títulos constantemente.
No coincido con la visión superficial que ofrecen algunos sobre el género, por ejemplo en aquella celebrada rememoración aunque sea en clave irónica de los años cincuenta, titulada El florido pensil, que evocaba la escuela en la postguerra. El autor aborda las sesiones infantiles desde un único prisma, el de las galopadas y las batallas entre blancos e indios, lo que a mí me trae los recuerdos más primitivos, el de las series protagonizada por Ken Maynard o Bob Steele (luego un excelente característico), que eran tan así que a veces la daban al parecer sin doblar, y nos daba igual. Pero esta fase daría lugar a otras en la que ya entraban títulos míticos como Raíces profundas, Veracruz o Apache, que, “inocentemente” te introducían en dramas políticos y sociales de gran calado. Y me atrevería a decir que, al menos en algunos casos, te ayudaban a madurar. Servidor puede atestiguar que dejó de ver a los indos como los “malos” de antes después de ver Flecha rota.
Recuerdo en este sentido una acalorada discusión con el historiador norteamericano David Alexander, quien, para mi sorpresa, aseguraba que las películas con Alan Ladd o Randolph Scott le venían al pego para quedarse dormido en el sofá, una auténtica herejía que yo solamente me permití cuando las películas se podían grabar. Buenas o menos buenas, las películas del Oeste alcanzaron después de la II Guerra Mundial una madurez extraordinaria, no en vano estamos hablando del más popular, y por lo tanto, el más cinematográfico de los géneros. No en vano es la fase en la que coinciden el mejor John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann, Nicholas Ray, Delmer Daves, Budd Boetticher, y otras tantos, algunos de ellos considerados “menores”, pero a los que el tiempo nos está ayudando a situar más correctamente como Andre de Toth, Gordon Douglas soberbio en Río Conchos, etc.
Era una época en la que todavía no había llegado la maldita “tele”, y la mayoría de mocosos teníamos que poner el máximo de imaginación para animar los juegos, y en este quehacer las cabalgadas del Oeste fueron el mayor de nuestra frente de sueños y quimeras. Sueños que –insisto- comportaban en muchos casos la reafirmación de unos valores morales sencillos pero valiosos, y los ejemplos........