El laberinto de la guerra y la revolución española
En su ensayo Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil. 1936-1939 (Península, BCN, 2002,), el novelista y ensayista Andrés Trapiello, se confiesa en el prólogo a la última edición como “centrista”. Habla en nombre de una “tercera España”, siguiendo la moda historiográfica oficialista imperante. A la pregunta ¿cómo se escoge el centro en semejante contienda?, Trapiello lo tiene al parecer muy fácil. Sencillamente, se deja fuera a los “extremos”. De un lado, el fascismo (o sea todo la España “nacional”). En el otro incluye a “anarquista, comunista, trotskista o socialista radical”, o sea las corrientes socialistas que al decir de Toni Doménech, habían sido trituradas por la Segunda Guerra Mundial, y por la “guerra fría”.
A continuación, Trapiello hace un saco con ambos extremos a partir del siguiente criterio: “ensayar a toda costa aquí revoluciones que ya había triunfado en la URSS, Alemania o en Italia” (p. 9). Sin embargo, a pesar de tamaña amalgama, el “justo medio” sanagustiano, tropieza con enormes dificultades. Primero porque no es fácil delimitar la “tercera España”. Todavía menos para aclarar semejante reparto de extremos a través de unos acontecimientos en los que los militares y los fascistas se arrogaron, con el apoyo de la Iglesia oficial, el papel de verdugos, y los otros fueron, con las diferencias que se quieren, las víctimas. De esta manera, su hipotético término medio acaba siendo una variante de la premisa atribuida al Cristo de “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, con una concreción que podía traducirse como sigue: “Al César lo que es de César, y a Dios lo que manda el César”, porque, al final de todos, a pesar de las obligadas descripciones socioeconómicas, todo la “tercera vía” acaba –como el caso actual de Blair– en manos de los “amos del mundo”.
Como hombre leído y con un envidiable dominio de la pluma, Trapiello discurre otorgando su centralidad entre tirios y troyanos, hasta que, al llegar a los acontecimientos de mayo del 37, y ponerse a describir el POUM. Dice que “era una organización desgajada de la internacional comunista y de un firme antiestalinismo, lo que hizo que muchos la tomasen por trotskista, lo cual era de una inexactitud absoluta, como demuestra el hecho de que el propio Trotski, tan estalinista en eso como Stalin, hubiese calificado a los poumistas españoles de aventureros políticos” (p. 339-340). Estas líneas compensan (o centran), una descripción previa en la que Trotsky aparece como el anti-Stalin “que llevaba errante por Europa, como un apátrida, luchando por la revolución tanto como denunciando los bárbaros e innúmeros crímenes de sus antiguo camarada Stalin” (p.340). Pero vayamos al “centro”. Trapiello que no distingue entre “revoluciones” (y contrarrevoluciones), no entra en los datos de la “unificación marxista”, y singulariza una experiencia plural. Lo de la “inexactitud absoluta”, es una manifiesta exageración porque, como hemos visto, aparte de la unidad en los propósitos, un sector de la Izquierda Comunista nunca acabó por aceptar la ruptura con Trotsky.
Pero lo más grave de la nueva amalgama (¿para qué complicarse la vida?), es que los hechos no encajan. El presunto “estalinismo” de Trotskycontra el POUM nunca pasó de la mala uva dialéctica, es más entre sus camaradas (Víctor Serge, Henri Sneevliet, Alfred Rosmer, etc), los hubieron que polemizaron con él, y defendieron al POUM. Y Trotsky lo siguió tratando como uno de los suyos. Finalmente, lo de “aventurerismo político” demuestra que a Trapiello le suenan los conceptos políticos pero que no los domina. En este caso se trata de un concepto más bien conservador. Trotsky dijo muchas cosas desacertadas sobre el POUM, pero nunca lo trató de “irresponsable”. Ofreció con mayor o menos fortuna sus argumentos políticos, polemizó de tú a tú, con un ardor propio de la conciencia de lo que estaba en juego. En cuanto a lo de “antiguo camarada” destila el perfume de la consabida panoplia según la cual la revolución, irreversiblemente, devora sus propios hijos. Indicación sumaria que le ahorra cualquier investigación seria sobre como y cuando Stalin se convirtió en “otra cosa”. El propio Trotsky escribió que si el Stalin de 1917 se hubiera encontrado con el Stalin de los años treinta, hubiera disparado contra él. Mucho más respetuoso con la verdad y subyugante resulta Javier Marías en su novela Tu rostro mañana. I. Fiebre y lanza (Alfaguara, Madrid, 2002), que evoca con mucha sensibilidad el asesinato de Nin y la persecución del POUM.
Normalmente, estas discrepancias intercomunistas resultan “mareantes” para los profanos, pero lo cierto es que tenían, como ya hemos señalado, su racionalidad política.
Venían ya de antes. El propio Trotsky hace notar: “Es cierto que en el curso de los años 1931-1932, Nin (…) mantenía una correspondencia amistosa conmigo. Pero desde comienzos de 1933, las divergencias sobre cuestiones esenciales condujeron a una ruptura entre nosotros. Durante los cuatro últimos años, solamente hemos intercambiado .artículos polémicos”. Sin embargo,........
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